martes, 22 de octubre de 2013

4.- DEPORTADOS DEL BERGANTIN "LA HERMOSA RITA"

DEPORTADOS DEL BERGANTIN "LA HERMOSA RITA".- RELATO AUTOGRAFO DE LA DEPORTACIÓN DE JUAN RAMON ARCEO-CADORNIGA NIEVES

Esta es la transcripción literal del documento autógrafo escrito por el juez Juan Ramón Arceo-Cadórniga Nieves, en el año 1821. Seguramente es el borrador del que Juan Ramón envió a un amigo suyo mientras se encontraba detenido en el Castillo de Paso Alto, en Santa Cruz de Tenerife, al que acompañaba la orden de deportación y una copia de los escritos dirigidos por los deportados al Congreso de la Nación y al Rey Fernando VII. Como queda reseñado en la Biografía de Juan Ramón, la deportación duró desde el 30 de Abril de 1821 hasta los últimos días de Agosto del mismo año. Por aquel entonces Juan Ramón era ex-Juez de Peñaflor, depuesto por los constitucionales en Marzo de 1820, y seguramente un miembro destacado del partido absolutista de Galicia.



"Sta. Cruz de Tenerife

Muy señor mío y mi especial amigo: Considero a Ud. sorprendido al ver estampado mi nombre en la lista inserta en algún otro papel público de los exportados por orden del Jefe Superior Político (¿Prefecto?) del Reino de Galicia D. José M.ª Fuente, y remitidos a esta Isla bajo escolta el 1 de Mayo próximo pasado en el bergantín “La Hermosa Rita”; e igualmente deseoso de saber las circunstancias de un hecho tan alarmante y las causas que hayan motivado este golpazo furibundo de la política de aquel buen señor. Pues, amigo, voy a satisfacer en cuatro palabras la justa curiosidad de Ud.

Cuarenta y dos somos los arrestados en este Castillo de Paso Alto, conducidos aquí desde diferentes puntos de Galicia: unos de Santiago; otros de Padrón, Coruña, Betanzos, Orense, Lugo y Mondoñedo; porque en todas partes creyeron necesario picar un poco. Fuimos sorprendidos los más en nuestras camas en la noche y madrugada del 30 de Abril salteadas como por ladrones nuestras casas, rompiendo puertas, y poniendo pistolas a los pechos, a pesar de no haber hallado la más mínima resistencia en ninguno de nosotros. Después de reconocidos nuestros papeles se nos traslada a diferentes puntos de seguridad en los pueblos de nuestro respectivo domicilio, y desde allí en la mañana del día siguiente fuimos arrancados entre bayonetas, sí, pero también entre las lágrimas y bendiciones de nuestros convecinos que nos amaban (pues a Dios gracias y a nuestra buena conducta no les merecemos el concepto de alborotadores ni de conspiradores contra el Gobierno) fuimos arrancados, repito, y conducidos a la Coruña. Allí se multiplicaron los insultos, los oprobios y aún pedradas que en la tarde del 2 de Mayo de su entrada recibieron especialmente los de Santiago, no del generoso pueblo coruñés, que triste y mustio se retrajo, para no ser espectador, de sus balcones y ventanas sino de un cortísimo número del populacho con toda la traza de hombres pagados al intento para dar este espectáculo tan degradante a ajeno del carácter español. Por eso se les detuvo en Monelos y después en la Palloza, esperando con todo conocimiento la hora más concurrida para conducirlos por los parajes más públicos hasta el convento de Santo Domingo. En este con los demás arrestados que sucesivamente iban llegando, fueron inhumanamente encerrados entre el estrépito de los fusiles y bayonetas y las voces de los militares y el espantoso ruidos de las llaves con que abrían a cada paso nuestros lóbregos y desnudos tabucos para recontarnos, una y otra vez con el fin sin duda de aterrar más y más a la inocencia oprimida.

Considere Ud. Ahora nuestra situación y las reflexiones que haríamos unos con otros en aquella primera noche de reclusión, hombres que ni de vista nos conocíamos, reunidos a tres, cuatro y cinco en cada celda según cuadraba al tiempo de la entrada. Atónitos, nos mirábamos los de mi cuarto a la escasa luz de una vela de sebo que ardía en el suelo, el cual por aquella fecha y todo el siguiente día nos sirvió de candelero, de silla, mesa y demás ajuar. Sentados en él a la redonda, cual otro Eneas cuando contaba a Dido sus trabajos, aunque no desde tan alto almohadón cartaginés, pues cada cual se sentó sobre su buena o mala capa, empezamos a referirnos la historia de nuestra desgracia. Uno decía: los de Santiago hemos sido presos por el humanísimo Barros y los más por militares. ¿Y quién ese Barros? Preguntaba otro.- ¿No ha estado vuesa merced en Santiago?.- Si Señor.- Pues si allí es más conocido que la ruda por sus hazañas y por las ínfulas que no ha podido disimular de Jefe Político. También ese es, se dice, el que mandó matar aquellos ladrones en el Puente del Arzobispo sobre el río nombrado de Sarcha de los Sapos: ¿Por eso le llama vuesamerced humanísimo?.- Cabalmente.- Dígame vuesamerced: las Autoridades de Santiago, por lo que vuesamerced ha dicho, ninguna intervención tuvieron en el procedimiento contra vuesasmercedes?.- Ninguna, señor mío; antes al saber estas prisiones se reunieron, y me aseguraron en el camino, trataban de representar a la Superioridad contra un atentado tan escandaloso, y si a ella hubiera venido semejante comisión, como en Pontevedra al Alcalde crea Ud. que se hubieran ¿limitado? como aquel a ejecutarla, y con justísima razón..- ¿Y vuesasmercedes no sabían de antemano que iban a hacerse prisiones?.- ¿Quién lo había de ignorar, si días antes circulaban por los cafés listas de los arrestados, variándolas a discreción, y un día ponían a unos, otro día quitaban a aquellos y sustituían otros, y aún se rugía estar ya preparado el bergantín “La Hermosa Rita” para transportar los presos a las costas de África?.- Luego ¿por qué no escapó vuesamerced?.- Porque metía la mano en mi pecho, y me encontraba inocente de cuanto podían imputarme: esto lo primero, y así nunca creí que llevasen a efecto semejante disparate; además porque eso quisieran algunos para dar con la fuga un colorido a las sospechas que pretendían achacar a su antojo, disparando al montón los tiros de su malignidad, y “Deum de Deo”, como decía el otro, dé donde diere.- Según eso no venían designados en la orden circular desde la Coruña las personas que habían de arrestarse?.- Así debía ser; pero si fue o no, no lo aseguraría; porque a mi me la leyeron y me acuerdo bien decía, se prendiesen los sujetos expresados al margen, y lo mismo afirman los de Lugo, Mondoñedo y demás con quienes he hablado y a quienes se leyó igualmente; y aún hay quien añade haberle parecido la letra del margen de distinto puño que la del oficio.- Puede ser que se haya dado de este modo letra abierta contra los que quisiesen los señores comisionados?.- Repito que no lo puedo asegurar, mas a decir lo que siento, confirma esa sospecha lo ocurrido en Santiago; donde por equivocación prendieron a unos por otros, y hasta ocho o nueve, después de meterlos en un calabozo, les dieron a pocas horas libertad, y a cierto Religioso Mercedario también lo despacharon libre para sustituir otro que sin duda les pareció mejor.

Pero, señores, saltó otro de la comparsa, ¡Qué así infrinjan la Constitución los mismos que más la vocean!.- Tómate esa: y vuesamerced cree que los tales quieren la Constitución?.- Pues luego ¿por qué nos traen aquí, sino porque nos creen conspiradores contra el sistema constitucional que hemos jurado?.- Disparate…..¡nos traen porque es preciso figurar méritos, y hacer que hacemos, y nos traen, en una palabra, porque lo mismo se ha hecho en Barcelona, en Granada, Oviedo y otras partes; y Galicia no había de ser menos, ni dejar de entrar en la perniciosísima moda del día.- Eso está bien: pero, amigo, es imposible que entre tantos como nos hallamos aquí y en San Antón presos, no haya alguno o algunos complicados en tramas….- No sé: de algunos se puede asegurar que los están por resentimientos: de otros digo a vuesamerced que me he reído al verlos con tal malísima traza de conspiradores: por algunos otros pondría yo mi cabeza, pues los he conocido y tratado, y sé que son los hombres más abstraídos del mundo…. En fin la causa es de la mayor importancia; y si sospechan conspiración, mañana mismo empezarán a tomarnos las declaraciones indagatorias para descubrirla.- Así es regular: con todo no creo que sospechen tal, cuando sé yo que el examen de los papeles de algunos se ha hecho muy por encima y de pura ceremonia, y en alguna otra casa ni se han acordado de cosa semejante.- Eso habrá consistido en que los comisionados han sido omisos en el cumplimiento de su obligación.- ¡Qué disparate! Consistió en que conocían el ningún valor de las sospechas, y tal vez el espíritu con que se procedía.- ¿Le cogieron a vuesamerced la correspondencia?.- Si, señor: por ella tienen las cartas de uno o dos correos; e interceptarán también las de los siguientes.- Y ¿sabe vuesamerced si han encontrado algo?.- Maldita de Dios la cosa, ni a ninguno de los compañeros a pesar repito de haber sorprendido y aprovechándose tiranamente de todos los papeles de algunos..- Pues hombre….?.- No hay hombre que valga, sino que estamos aquí bajo la férula del despotismo más tremendo.- Paciencia y barajar y obre Dios que tiene en sus manos la suerte de los hombres y cuida del insecto más pequeño porque todo es obra de su poder…

Aquí llegábamos de nuestra lúgubre conversación a eso de las dos de la madrugada, rendidos del sueño por las fatigas y malas noches anteriores; cuando hete que se redobla el estrépito en todo el convento, se abre de repente la puerta de nuestra celda y entran por ella adelante unos cuantos a pasar de nuevo la lista, y amenazarnos con cepos, garrotes, y qué se yo que más, los mismos que debían mantenernos a cubierto de semejantes insultos, a lo menos mientras, presentados ante la Ley, no calificaba esta nuestra conducta. Pasose aquel susto, y la noche en claro, o por mejor decir en turbio: pasose también el día siguiente sin que nadie tratase de examinar nuestras conciencias ni decirnos siquiera por ahí te pudras, pero llegó el 4 de Mayo y con él el señor D. Joaquín Freire, alcalde constitucional de aquella Ciudad dándonos con su presencia el alegrón de que muy luego terminaría nuestra incertidumbre y perplejidad sobre el motivo del escandaloso arresto; pues desde luego creímos que tal sería su comisión con los escribanos o escribientes que le acompañaban, y que otros comisionados habrían ido a las demás celdas con igual objeto de tomar en un día las declaraciones y despachar cuanto antes un asunto en el que la rapidez y la destreza son de absoluta necesidad. Pero ¿cual fue nuestro aturdimiento al intimarnos aquel buen señor, leyéndonos un oficio del Jefe Superior Político, su noble y decorosa comisión? ¿tal vez, digo, que el examen había de ser de nuestros bolsillos y no de nuestras conciencias? En efecto: nos insinuó bonitamente, pusiese cada quisque de manifiesto sus cuartejos para recogerlos tomando razón. Obedecimos con los colores en la cara, llenos no de sentimiento por el dinero sino de rubor y vergüenza y reclamamos nuestro alimento que nos aseguró correría en adelante al cuidado del señor Jefe a quien la multitud de negocios, o lo que es más cierto, la falta de memoria (que de voluntad no pudo ser) no permitió acordarse más de que los presos comían. Gracias a Dios y a unas pocas monedas que los más ladinos salvaron disimuladamente del despojo (sobre lo cual tengo que consultar con algún Padre tan grave como el señor Alcalde para quitarme de escrupulillos) tuvimos, digo, que comer con ellas, aunque siempre recelosos de los continuos y repetidos escrutinios con que nos amenazaron en el acto, que ya habían sufrido nuestras personas, ropas, camas y demás, y se hacían diaria y escrupulosamente de nuestra fría comida a la puerta del convento, arriba y a cada paso.

Pero… tate: ahora que me acuerdo: volvámosle su crédito al señor Jefe, si en ello se le ha perjudicado. Digo amigo que la falta de memoria ha sido mía; pues tan se acordaba aquel justificadísimo señor de que los presos comían, a lo menos por mar, que en aquel propio día, en los anteriores y siguientes por disposición suya se estuvieron conduciendo los víveres que habíamos de vomitar al bergantín La Hermosa Rita puesto de antemano (cuidado con el ante de esta mano que será muy necesario para guarnecer la presente historia cuando la vaya tejiendo Astrea) puesto digo en franquía al frente de nuestras ventanas que no me dejarán mentir, y a la trinca para conducirnos a Tenerife.

¡Tenerife!... ¿Qué Tenerife ni qué ferrapo de gaita? Decíamos nuevamente, cuando llegaron a nuestras pobres orejas los primeros runrunes. Pues ¿y la causa?... ¿no nos han de hacer los cargos? ¿no se han de rastrear por nuestras declaraciones el delito y sus cómplices? ¿se lisonjeará el Jefe Político de haber tendido la red barredera en Galicia con tal felicidad, que haya cogido en ella a cuantos quiere figurar delinquiendo su fantasía? Y siendo tan político ¿tendrá la grosería de dejarnos marchar sin decirnos siquiera oste ni moste? A no ser que tenga miedo de oírnos…? Sólo un talento tan romo, digo tan agudo, como el pico de Tenerife que a pesar de su nombre puede pasar por punta de colchón en la agudeza, podría discurrir enviar a 400 leguas de distancia y de mar en medio a unos hombres de quienes se han de tomar las luces necesarias para indagar los enemigos de la patria entre ellos mismos o entre otros que puedan quedar solapados. No señor: no cabe en el talento y destreza del señor Jefe que así nos envía a Tenerife. ¿Qué de esa manera se arrojan al mar a unos ciudadanos españoles sin que los juzgue la Ley? Y eso en el día?. Yo he visto arrojar pescado y melones al mar, pero era cuando no había duda de estar podridos. Si por más que melones nos tienen (en lo cual por vida mía que se engañan) y al Sr. Jefe, en tal caso, por melonero ¿quién le ha hecho dueño tan absoluto del melonar que tire así el fruto sin catarlo siquiera sólo porque se le antoja y sin asegurarse antes de su buena o mala calidad? Repito que no vamos a Tenerife, ni a las Californias, ni a Puerto Rico, ni … (porque todo esto se rugía). Iremos, sí, muy luego a nuestras casas, pasando mas a disposición de los jueces de nuestros respectivos territorios, para que nos instruyan la competente causa su hubiere lugar, pues así lo exigen la Constitución, el orden judicial y la razón misma. ¿Qué causa ni que ocho cuartos?, decía otro; ¿pues si en eso pensaran, nos hubieran reunido aquí a tanta distancia de nuestros domicilios? ¿ O no se acuerda Ud. Ya de lo que oímos en Santiago acerca del bergantín La Hermosa Rita? No señor: yo temo mucho un atentado inaudito, y aún tal vez…. ¿Tan extraño será…? Pero más vale callar. Crean vuesasmercedes (reflexionaba otro) que a estas horas están arrepentidos de lo hecho, al ver que ni entre nuestros paquetes, ni en los cuatro correos que llevamos interceptados, no han podido hallar pie para un cargo con apariencias de fundamento contra nadie porque si lo hubieran hallado ¿cree Ud. Que lo habrían diferido un solo momento?; quizás conciben ya un grande interés en que nuestros clamores no lleguen al Gobierno, ó en que lleguen apenas sus ecos, debilitados y confundidos por la distancia. Pero Dios está en los cielos y en todas partes oye, él volverá por nuestra causa.

En estas y otras reflexiones, y en tan amarga incertidumbre, pasábamos los tristes instantes de nuestra vida, contemplando de día el bergantín y los botes que a su costado atracaban con frecuencia, y de noche sin desnudarnos, recelando no viniesen a soplarnos dentro de la dichosa Rita; cata que entra (con las licencias necesarias se entiende) cierto buen caballero a consolarnos con la noticia de que ya no había embarque: que era cierto sí estar todo dispuesto al intento, pero que se había suspendido por haber venido en el último correo una Ley a rajatabla (la de 28 de Abril) terminante al caso, motivada por lo ocurrido en Barcelona y otros puntos; por la que el augusto Congreso con toda su autoridad y energía se había propuesto atajar atentados tamaños contra la libertad y seguridad individual de los ciudadanos; que en la noche anterior (la del día 7) se había leído una y otra vez en el Teatro, punto de reunión donde se tenían las tertulias patrióticas, con aplauso y satisfacción de todos los hombres sensatos, y de los que en el Ayuntamiento, Diputación y concurrencias públicas siempre se habían opuesto vigorosamente contra semejante procedimiento. ¡Cual sería en aquel instante nuestra alegría, y cual nuestra gratitud hacia el Gobierno, al experimentar que su previsión precavía tan oportunamente nuestras vidas, fortunas y familias de un completo e inminente naufragio! En efecto, bañados nuestros ojos en lágrimas, dimos gracias a Dios que así volvía por nuestra inocencia, y consolados, nos desnudamos y echamos a dormir dulce y tranquilamente. Mas aquí nuestra sorpresa, aquí nuestro mayor espanto. Se había arrojado el guante y era necesario salir: votaron los señores Puente y Mina y nos botaron para Tenerife.

La una de la noche del 9 de Mayo sería; un confuso estruendo de gritos, de carreras, de llaves y fusiles por los claustros nos despierta repentinamente, aterrados: entran unos oficiales, y sin más cumplimientos nos embocan en tono de hombres sobresaltados la noticia. “Señores, señores, acaba de llegar un posta con la novedad de que el pueblo de Madrid se ha sublevado y hecho pedazos a Vinuesa. Por un golpe de alta política (quemada te vea yo) acaban de determinar estas Autoridades que vuesasmercedes se embarquen, porque el pueblo está todo en conmoción pidiendo las cabezas de los presos: la guarnición entera apenas bastará para contenerlo. Pronto: vamos vivo: por su vida trabajan vuesasmercedes: vamos… estamos ya?” Con tales aguijones quién no se había de avivar? No bien había llegado a la mitad de su eficacísima y caritativa salutación, que sin contestar palabra a sus tan buenas noches , el viejo y el mozo, el sano y el enfermo, con cierta elasticidad preternatural dio cada cual un bote sobre la cama, cayó perpendicular en el suelo y allí fue ver a todos en camisa y vestidos instantáneamente como por encantamiento. Ya estamos, contestamos unánimes. Separaron los que habían determinado quedasen en el convento y de los 31 individuos restantes destinados al sacrificio, se formó en el patio del mismo convento una imponente, pero muy graciosa procesión. Iba los 31, cada cual con su maleta a cuestas ó arrastrando el que no podía con ella: digo maleta el que tuvo la fortuna de no perderla, o de que se la permitiesen entrar: otros con mantas, capas, botas y demás a que acordó echar mano en aquel súbitaneo y general aturdimiento, porque lo que se olvidó en las celdas quedó perdido para siempre, habiendo entre los infelices quien salió lacrado en reloj, cubierto y alguna otra friolera hasta valor de 49 reales. Colocáronse al frente, costados y retaguardia los granaderos provinciales; y sin tocar caja, con un profundo silencio, en medio de la oscura noche, con pausa majestuosa y acompasada, rompió la procesión, alumbrando a distancias uno que otro farol: salió por la puerta del convento con dirección a la de San Miguel. Muy luego caímos en la cuenta de la mucha farándula que en aquello se mezclaba; pues sobrecogidos y sin aliento, temerosos de encontrar en al camino al pueblo coruñés armado de puñales, dispuesto a lavar sus manos en nuestra inocente sangre, vimos y observamos lo contrario: un silencio sepulcral en todo el tránsito! ¡Ah! ¡Pueblo noble y generoso, fieles y pacíficos coruñeses! Vosotros dormíais tranquilos en vuestro lecho, bien ajenos y a que una porción de vuestros convecinos, conciudadanos y parientes eran a la sazón víctimas del despotismo y arbitrariedad más bárbara que han visto los siglos: vosotros no pensabais que vuestro nombre servía en aquella hora sombría de escudo y de pretexto para la maniobra más atroz, más ratera y ruin, pintándonos como un pueblo desenfrenado de que era urgentísimo escapar, cual populacho furibundo, despreciador de las leyes mismas que proclamasteis de los primeros en vuestro recinto. Temblad también vosotros: nadie estará seguro, si no veis luego desgajarse el rayo aterrador de la Justicia sobre las cabezas de unos hombres que no pertenecen a vosotros, de los verdaderos enemigos de vuestra seguridad y de la tranquilidad pública.

Ello es, amigo mío, que llegamos al embarcadero sin haber visto un alma por las calles: nos metieron en dos gabarras, y nos transportaron a bordo del bergantín La Hermosa Rita, en donde fuimos colocados bajo escotilla en una tercera parte de su bodega, no muy capaz, y gracias a su corta capacidad, y a que se hizo esto presente, que si no hubieran ido los ochenta individuos condenados a la exportación, y para cuyo número se preparó el buque, según voces, que algún fundamento tendrían, de sus marineros. Allí concurrieron también en la madrugada del mismo día 9 de Mayo 13 individuos de los presos en San Antón que con los 31 primeros componíamos 44, custodiados por una escolta de 30 hombres del Batallón de Castilla, al mando del teniente graduado D. Miguel Villabrille y el teniente D. José Viniegra.

Mantúvose el buque anclado recibiendo a su bordo con la mayor precipitación los cortos equipajes con que, a costa de mucho dinero, pudieron hacerse algunos otros; los cuales fueron registrados prolijamente. Se presentó D. Juan Nepomuceno Escurrida a devolvernos nuestro peculio: y tuvo la atención de ofrecernos (por nuestro dinero) una arroba de tabaco y nosotros la de darle fríamente las gracias sin aceptarla por tan feliz ocurrencia. Al cabo, despedidos de una multitud de sujetos que compasivos, vinieron de la Ciudad, y con las lágrimas en los ojos se asomaban por las escotillas para saludarnos, estaba ya dando la vela el buque; cuando tuvo que suspender la maniobra para recibir a su bordo un oficial con la orden de sacar dos de los 44 que en estado de gravísima enfermedad habían sido conducidos considere vuesamerced cómo, y casi moribundos, nos habían afligido toda aquella mañana a los que no teníamos entrañas de caribes. Los vimos con lágrimas de júbilo salir del buque, que dio la vela inmediatamente a cosa de las 3 de la tarde.

Había quedado casi en calma el temporal de los días anteriores; pero al dar la vela, la Divina Providencia que cuida de la inocencia perseguida, quiso favorecernos con un fresquísimo viento Nordeste, que con más o menos fuerza y siempre en popa, nos condujo en 6 días y algunas horas al término para nosotros ignorado de aquel funesto viaje. Confieso a vuesamerced que mi corazón, hasta entonces firme e inalterable en medio de tamañas tribulaciones, no pudo menos de enternecerse cuando por una compasión, no sé si la llame cruel, nos permitió el capitán de la escolta subir sobre cubierta para ver las gentes, que reunidas hacia la Torre de Hércules, nos hacían demostraciones de sentimiento al pasar el buque muy cercano a su frente y a la voz; cuando veía digo escapar y esconderse bajo las aguas casi repentinamente las últimas orillas de mi amada patria, para no volverlas a ver tal vez jamás. Allí era el recordar, cual su esposa embarazada, cual sus hijas jóvenes en abandono, cual sus padres sin el hijo único báculo de su ancianidad; cuales sus iglesias, sus conventos y parroquias, y las interesantes obligaciones de su ministerio en que hasta entonces se habían ocupados pacíficos y todos en fin sus parientes y amigos que quedaban recelosos por sí de igual y tamaña desgracia. ¡Ah amada patria ¿en qué te hemos ofendido (decíamos al perderla de vista) para que así nos arrojes de tu seno? ¿acaso no te hemos amado bastante? ¿Por ti no hemos hecho todavía bastantes sacrificios? ¿Nada hemos contribuido para tu salvación en las pasadas borrascas? ¿No te hemos servido entonces y siempre en cuanto has exigido de estos infelices hijos tuyos? ¿Pues por qué no hemos de tener siquiera el consuelo de que nuestras cenizas descansen al par de las de nuestros padres y hermanos? ¿Por qué así nos envías a ser tal vez alimento de los peces, o a morir en tierras…?¡Dios Eterno, árbitro único y soberano de los destinos! ¿Cuál va a ser nuestro paradero? ¿Por qué han de disponer de él los perturbadores de nuestra patria? No, no eres tú amada patria nuestra la que así lo quieres; tus lágrimas acompañan las nuestras en esta común desgracia: vosotros sí sois, perturbadores exaltados; vosotros, vosotros sois los que a la capa de la Autoridad ponéis en combustión el patrio suelo; los que hoyáis las leyes más justas y sabias; los que más osadamente barrenáis las bases de la Constitución o los que menos os curáis de su observancia; los que no queréis orden ni tranquilidad; los que revolvéis el río para pescar exclusivamente vuestras ganancias; los que con desprecio de la opinión pública perseguís al inocente y pacífico ciudadano que se os antoja; los que mañana diréis sin vergüenza a la faz de todo un Congreso que no tuvisteis necesidad de paliar vuestro atentado con la menor formalidad de un proceso; los que diréis para justificaros que procedisteis instigados por anónimos, obra tal vez de vuestras manos, o de otras tan buenas como las vuestras; los que merecéis…

Amigo, permítame vuesamerced este desahogo de mi pecho justísimamente irritado, desahogo que con el de mis amados compañeros de tribulación se hará temer algún día ante el Tribunal de la Justicia, más que el figurado desahogo de los patriotas que supone el señor Jefe Político de Galicia en su mal compaginado oficio que copiaré a Ud. En fin: bañados en las lágrimas, dimos el último vale a nuestra patria y nos bajamos para apiñarnos de nuevo bajo escotilla, recordando la triste suerte de los negros.

Así continuamos nuestro viaje, mareados los más, pues algunos no habían visto hasta entonces el mar, y muchos jamás se habían embarcado; alimentados escasamente y con viandas de mala calidad y asquerosas capaces de levantar el estómago más fuerte y a veces con un simple gazpacho de pan por toda cena; servidos tarde y mal, recibiendo tal vez el más respetable y condecorado de nosotros los desaires de un grosero sirviente; tirados a dos o tres en cada colchonzuelo; apestados día y noche con el feroz de los zambullos, donde era preciso desahogar con ofensa de la honestidad y delicadeza a vista de todos, y siempre recelosos de dar en manos de piratas que consumasen nuestra desgracia, siempre alerta sobresaltados y perplejos acerca de las intenciones y órdenes que podían llevar nuestros conductores, mucho más desde que desengañados vimos que el Capitán no cumplía lo prometido en el puerto de abrir a cierta altura el pliego, e instruirnos de nuestro destino.

Amaneció el día 14, con la novedad de no abrirse como otras veces una de las escotillas para salir a respirar un poco al aire libre: se nos empezó a servir nuestra malísima comida por uno de sus escotilloncitos a cuyo tiempo advertimos un ruido extraordinario en toda la cubierta; y preguntando se nos supuso pérfidamente, con el fin sólo de aterrar, que una fragata grande nos daba caza y se iba a disponer la pólvora: nos quedamos por entonces sin probar bocado con el sobresalto, pero después de algunas reflexiones lo depusimos atribuyendo aquellos movimientos a la proximidad de tierra. A las 5 de la tarde del siguiente día 15, sentimos caer el ancla sin saber en qué paraje del mundo nos hallábamos; hasta la mañana del 16, en que se nos mandó subir para presentarnos a la Sanidad. Vimos entonces por la primera vez las breñas afiladas que forman esta rada de Tenerife; pasamos nuestra lista; y se nos encerró de nuevo bajo escotilla.

Aquí fue el subir de punto nuestros temores, dudosos de si seríamos o no admitidos por las Autoridades de esta Isla que ninguna dependencia reconoce de las de Galicia, ni podían hallar conveniencia alguna en acoger a un número tan considerable de hombres con el sobrescrito de criminales o por lo menos peligrosos para la tranquilidad pública. Temíamos a la verdad muchísimo, que de no ser admitidos, nuestros conductores nos arrojarían tal vez en la costa más próxima de África, abandonándonos a nuestra suerte. En fin, al cabo de dos días de incomunicación, tuvimos el grandísimo consuelo de saber que estas autoridades, después de mucha meditación en sus Juntas, habían acordado dar oídos a los clamores de la Humanidad oprimida cuyos derechos reclamaron algunos altamente en especial el señor Don Juan Bautista Antequera, dignísimo intendente de esta Provincia, y sea dicho en testimonio de nuestra gratitud a este señor. Mas estaba de Dios que no terminasen todavía los trabajos: quedaba uno que sufrir muy pesado y digno de particular mención en la égira de nuestros padecimientos.

Pues, señor, es el caso que el Jefe Superior Político de esta Provincia D. Ángel José de Soberón, el Excmo. Señor Comandante General D. Juan Ordovás, el Señor Intendente y demás Autoridades, de acuerdo con el Capitán del Puerto, determinaron se nos desembarcase en tres lanchas en uno de los puntos de la costa próximo a este Castillo de Paso Alto que había de ser nuestra reclusión, señalando la hora más oportuna, en que la marea baja permitía fácilmente el desembarco: mas los señores oficiales que nos conducían, deseosos, sin duda, como nosotros de salir de su tutela, de deshacerse ellos cuanto antes de nuestras personas, anticiparon la hora, y a cosa de las 12 de la noche nos hicieron embarcar en dos de las lanchas con parte de la escolta en cada una sobrecargadas así de gente contra las vivas reclamaciones de los patrones que a gritos advertían el peligro: la primera fue al mando del teniente Viniegra, la 2ª al del sargento Campano. Llegó aquella al punto señalado, y ya se ve la marea alta, lo peligroso de la costa y la gran resaca no permitían atracar siquiera la lancha, mucho menos desembarcar. Allí fue el gritar unos y otros, recelosos de ahogarse; allí el insistir más y más los marineros en que era muy expuesta la operación de sacar a hombros tanta gente; allí el vocear amenazas, y echarla de impertérrito nuestro buen teniente, hasta exasperar a todos, y hacer que un marinero tratado como los demás de gallinas por quien maldita la cosa entendía de semejantes maniobras, se arrojase vestido al mar donde apenas tenía pie: en fin, allí fue por buena composición tener que dirigirnos a otro punto distante una legua más afuera llamado Bufadero para nosotros de eterna memoria, y poco menos peligroso que el anterior. Atracamos por último y saltamos sobre las peñas vivas de que abunda esta costa; y aquí cae uno, allí zambulle otro, nos tiramos a más no poder rendidos sobre los guijarros, esperando la 2ª lancha. No soy capaz de pintar a vuesamerced la tribulación de aquellos infelices que en ella venían. Ignorantes de la determinación de los primeros, no encontrándonos en el paraje señalado, pero sospechando los marineros nuestra ruta, siguieron sin vernos, dando por seguro nos habían arrojado al mar, o que íbamos a ser fusilados en algún paraje desierto de las Islas: temores que procuraba aumentar el sargento con sus indirectas y su compasión pérfida y socarrona: ello es que unos se oyeron de confesión con otros, y se absolvieron mutuamente, cosa que ya habíamos hecho muchos en el buque cuando la novedad de nuestro encierro por iguales temores. Saltaron por último como los primeros y nos reunimos con recíproca alegría de unos y otros. Tampoco soy capaz de pintar, ni vuesamerced de figurarse, que tan mala es la legua de camino que tuvimos que desandar por la orilla del mar llena de precipicios hasta el Castillo. Los marineros y soldados compadecidos, cogían por los brazos a los más débiles, enfermos y mareados, y unos así, otros a gatas, deteniéndonos a cada paso para descansar, fuimos trepando entre las sombras de la noche por estos derrumbaderos uno tras otro. Aseguro a vuesamerced que nunca he rezado tantas veces, ni con más devoción el Miserere. Llegamos por último al amanecer a este Castillo, en donde vimos los cielos abiertos, y en la tropa y gentes del país experimentamos una afabilidad y compasión que nos consoló sobremanera; y fuimos alojados en sus piezas, que aunque estrechas para tantos, son bastante buenas.

No tardaron mucho los Capitanes del buque y de la escolta en exigirnos las respectivas contentas de estilo, con todo el aire de una justicia rodada; mas nosotros fuera ya de debajo de su pesada férula, a pesar de haber intentado acompañar a la guardia de estas tropas un piquete de la suya que mandó despedir el General, tuvimos bastante entereza para negárselas, sin embargo de sus descompasadas razones y amenazar con las Autoridades: tuvieron a bien dejarnos en paz y regresar sin ellas a la Península, mientras nosotros hemos quedado aquí y continuamos arrestados en incomunicación dentro del Castillo.

Basta de historia; y pues lo he prometido ya, ahí va a continuación el oficio con que acompañó nuestra deportación el dignísimo Jefe de Galicia, que suplico a Ud. vaya decorando con detenida reflexión; como asimismo la exposición que hemos dirigido al augusto Congreso igual a otra que mutatis mutandis se ha elevado con la misma fecha a S. Majestad.

Salud y mandar. Castillo de Paso Alto en Sta. Cruz de Tenerife"

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